El tipo de discapacidad, la ubicación, la devaluación cultural y la capacidad de resistir, afecta la vida de las mujeres con discapacidad y no solo eso, sino que también sufren el impacto de la violencia.
El director de Global Disabilty Watch, Shaun Grech, informó acerca de un preocupante patrón de violencia y abuso sexual contra jóvenes indígenas sordas en algunas áreas rurales de Guatemala.
Comentando sobre su última publicación, Disability and Poverty in the Global South: Renegotiating Development in Guatemala, producto de trabajo etnográfico a largo plazo en el país, Grech nota que estas historias se mantienen desconocidas en su mayoría, no se cuentan, no se escuchan. Continúa diciendo que el movimiento de personas con discapacidad sigue siendo insensible en el país, teniendo en cuenta particularmente el extremo aislamiento geográfico y las complejidades de estas comunidades indígenas:
“Estas áreas no solo están aisladas físicamente, siguen estando desconocidas culturalmente a muchas organizaciones e investigadores que con frecuencia se apegan al ya gastado circuito urbano. Esto se une al racismo enraizado con el espacio Guatemalteco. Como resultado, estas comunidades permanecen mentalmente distantes, incomprendidas y encerradas en su propia distancia, alejadas”, explica Grech.
El perpetrador es frecuentemente un miembro conocido de la comunidad, el hecho de que estas mujeres jóvenes no puedan identificarlos oralmente en estas culturas fuertemente orales, anula sus reclamos y los de sus familias
“Por lo general, el perpetrador es un miembro conocido de la comunidad, el hecho de que estas jóvenes no pueden identificar con sus palabras a estos victimarios en culturas que se basan principalmente en la comunicación oral, anula sus demandas y las demandas de sus familias”.
Informó que es preocupante la vulnerabilidad de las jóvenes a la violencia sexual y a ataques sexuales, no sólo porque hay muy poca consciencia o conocimiento sobre estos acontecimientos y poco o ningún reporte en el país hasta la fecha, sino que tampoco hay mecanismos legales y de protección, no hay condena, ninguna capacidad de estas familias pobres para buscar reparación en estas áreas rurales tan lejanas- Una realidad que, él insiste, no es exclusiva de las personas con discapacidad:
“El brazo de la ley no llega a estas áreas, inspira poca confianza y ni siquiera es accesible a estas comunidades que no hablan español, debilitando así, el alcance y la aspiración de derechos y medidas como la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas Con Discapacidad. Añadido a esto, las presiones de género, culturales y sociales llegan a tener un silenciamiento efectivo y estratégico, que logran mantener a estas mujeres en ciclos de abuso violento, aislamiento y aún más silencio”.
Grech explica que mientras el perpetrador es frecuentemente un miembro conocido de la comunidad, el hecho de que estas mujeres jóvenes no puedan identificarlos oralmente en estas culturas fuertemente orales, anula sus reclamos y los de sus familias. No solo, sino que también conduce a la relegación profunda e incluso la agresión hacia estas familias indígenas en comunidades muy unidas. Grech relata textualmente, la narración de un miembro de la familia de una de las víctimas:
“Los hombres, incluso los más jóvenes, las tocan como si ellas fueran objetos cuando van pasando, con agresión…para violarlas porque no pueden decirle a nadie sobre eso y si familias como la nuestra quisieran hablar, no nos creen, nos llaman mentirosos y que solo queremos causar problemas en la comunidad. Y si eres mujer, es peor todavía, deben mantenerse calladas, ya lo saben”.
La violencia y los homicidios contra las mujeres son un problema más amplio que Guatemala afronta. Una participante sorda en la investigación de Grech describió cómo era agarrada regularmente por los hombres mientras caminaba en las calles y era tocada agresivamente, luego fue golpeada cuando se resistió; este es un suceso que se repite.
Otras dos niñas habían sido violadas y dejadas embarazadas mientras iban a moler maíz a pocos metros del camino de tierra; la única apariencia de interacción y socialización que esas niñas tenían. Mientras que una de las niñas pudo identificar a su agresor, acudiendo al consejo de la comunidad indígena (cofradía), eso no obtuvo ningún resultado ya que el agresor era hermano de uno de los miembros del consejo. Por el contrario, eso condujo a hostilidad y amenazas graves por parte del consejo y otros miembros de la comunidad hacia toda la familia. Envueltas en miedo, tuvieron que retirar las acusaciones, y ahora son relegadas por su comunidad y enmarcadas como alborotadoras.
Las historias son desgarradoras. Otra niña sorda había sido violada y dejada embarazada, y luego había sido víctima de trata en esta misma comunidad indígena, atraída por la promesa de una mujer desconocida de un trabajo en la capital. Grech relata cómo Zulma, de 24 años, explicó a través de su hermana en su lenguaje básico y personalizado (no oficial) el hecho de recordar que ella iba a labor de parto, se durmió y al despertar no encontró a ningún bebé. Luego de unos meses, fue violada nuevamente y quedó embarazada por segunda vez.
Zulma logró escapar y volvió a su comunidad rural donde dio a luz en su casa, a su segundo bebé. La horrorosa experiencia parece ser trata de personas, de manera sistemática y organizada. Esto fue confirmado, por la aparición posterior de un hombre de la Ciudad de Guatemala, que daba a la familia de Zulma una pequeña cantidad de dinero en nombre de una pareja de los Estados Unidos, al parecer, los padres adoptivos de la niña que la separaron de ella.
Zulma no tiene ni idea de dónde está su hija; El hombre desconocido lleva un pequeño “regalo” una vez al año y se va huyendo. La familia tiene pocos recursos para comer y no sabe de algún apoyo para rastrear a la niña. Son tan pobres y a veces tienen tanta hambre que incluso agradecen las pequeñas cantidades dejadas por el hombre.
Grech informa que en estos contextos “fuera del radar”, estas niñas sordas están lastimadas y algunas veces quedan embarazadas, el asinamiento en la extrema pobreza crónica e incluso el hambre se enreda más, como un lazo alrededor de sus cuellos y los de sus familias con otro niño para alimentar. No hay ayuda a la vista y el perpetrador es conocido y a veces se le ve diariamente. El aislamiento forzado de estas niñas se hace consecuente y preventivo. Personas como Zulma tienen otros niños a los que tratan de alimentar y al igual que el resto de las niñas sordas, ella vive en un aislamiento aún mayor. Ahora encerrada en su casa por su familia por temor a más violencia, violación y niños que, no pueden permitirse el lujo de criar. Zulma ya no lleva ni siquiera esos pocos pasos al molino que eran la única salida del día.
Grech explica que estas narraciones son sólo la punta, hay muchas más que permanecen invisibles como resultado del miedo. Cuando llegan a ser escuchadas, en algunas ocasiones, por ejemplo por pequeñas organizaciones locales, el apoyo es escaso o inexistente, porque tienen pocos recursos para trabajar, porque no saben qué hacer o porque movilizar alguna ayuda puede poner en peligro la vida de estas jóvenes y sus familias. Si la espiral de violencia física se detiene, la espiral psicológica, la emocional y la social no se detiene.
Traducido por Monica Figueroa